miércoles, 3 de junio de 2015

Ensayo crítico sobre la lectura “EUA: Síntesis de su historia: El mundo colonial inglés”

Ensayo crítico sobre la lectura “EUA: Síntesis de su historia: El mundo colonial inglés
por Omar García Pérez

Cualquiera que escribe sobre historia,” dice Howard Zinn, “se ve forzado a escoger entre un número infinito de datos: qué presentar, y qué omitir. Y esta decisión inevitablemente refleja, sea conscientemente o no, los intereses del historiador.” Esta no es la excepción con el texto en cuestión, y creo que tampoco con nuestros propios comentarios y reacciones ante el mismo. No obstante, me parece necesario decir que la lectura, a mi parecer, parte de una visión excesivamente uniforme u homogénea que es presentada desde una visión bastante unilateral. Entiendo que se trate de una síntesis, pero, desde mi punto de vista, hay momentos en que la tendencia sintética de la narrativa se presenta con un estilo superficial, poco aclarativo, que llega a generalizar, a mezclar y a omitir ciertos datos y detalles que al no ser mencionados en su pleno contexto temporal, podrían conllevar al lector a formarse estereotipos culturales inexactos. Muchas afirmaciones del texto tendrían que ser sujetas a revisionismo histórico y deberían al menos dar una referencia local, pero como no pueden abarcarse todas, mencionaré solo algunas cosas que podrían resultar importantes y valiosas para tener un panorama un poco más completo e imparcial sobre la vida cotidiana en las trece colonias.

Cultura y vida cotidiana

Al hablar de este apartado, habría que hablar también de la heterogeneidad y la cierta diversidad de la gente que vivía en las trece colonias. Esta imagen, por su puesto, distaría mucho de la inmensa diversidad que se podría percibir hoy en día en Estados Unidos, pero si se toman en cuenta los registros históricos, deberíamos asumir que al menos dos tercios de las colonias (Washburne; 1993:5-6) no eran poblaciones regidas por un estilo de vida timorato y excesivamente melindroso, frecuentemente asociado al arraigado estereotipo del puritano, del cual Bremer (2009:1) comenta:

“La relación entre fe religiosa y cultura política desde hace mucho ha sido un elemento básico del discurso. "Puritanos" y "puritanismo" son términos que probablemente se invocan en tales discusiones, a pesar de que son referencias a materias religiosas de siglos antiguos. Sin embargo, el puritanismo es una de las partes menos entendidas de la herencia de Estados Unidos y la Gran Bretaña. La palabra "puritano" puede que se asocie con lo "mujigato", "reprimido sexualmente", "prohibicionista", "fisgones entrometidos", etc; el tipo de cosas que llevaron al crítico social del siglo XX H. L. Menckwn a definir el puritanismo como el "miedo de que alguien, en algún lugar, pueda ser feliz." La imagen de los puritanos como teócratas, regicidas, cazadores de brujas, asesinos de Indios, y buscadores intolerantes de herejías desde hace mucho se ha entrincherado en la cultura popular. La mayoría de estas cosas son distorciones, si no esque absolutas falsedades, aunque estereotipos que están profundamente embebidos.”

El tema ha sido tratado por diversos autores, y si se investiga un poco más a fondo, se podrían llegar a identificar diferencias importantes, que sin duda harían de las trece colonias la población con mayor diversidad cultural de su época:

“La población de las trece colonias, aunque principalmente anglosajona, era probablemente la población más mezclada que se podía encontrar en todo el mundo. El sur, teniendo cerca de 90% de esclavos negros, ya mostraba su composición histórica blanca y negra. Nueva Inglaterra, principalmente plantada por los migrantes Puritanos originales, era la que mostraba menos diversidad étnica. Las colonias del centro, especialmente Pennsylvania recibieron la mayor masa de posteriores migrantes blancos y presumía una impresionante variedad de personas. Fuera de Nueva Inglaterra, cerca de la mitad de la población era no-inglesa hacia 1775. De los 56 firmantes de la Declaración de Independencia en 1776, 18 no eran de origen no-inglés, y 8 de ellos no habían nacido en las colonias.” (Kennedy, Cohen & Bailey; 1998:90-91)

Estados Unidos es una nación de inmigrantes” es un dicho que aplica desde los inicios de esta nación. Al tomar en cuenta que la primera gran ola de migración se ubica precisamente en los tiempos de las colonias, y que “incluso entre los pobladores europeos de las trece colonias fundadoras existía la diversidad” (Washburne: 1993:5), tendríamos luego que decir que las particularidades geográficas y lugares de origen bien debieron haber influido para determinar la variedad en hábitos de la vida cotidiana y ciertas costumbres en distintos lugares. Por ejemplo, las bebidas fermentadas que se consumían, eran hechas a base de granos como el maíz, el vino de frutas diferentes, o incluso se optaba por el té que era una de las bebidas favoritísimas de una proporción de colonos (Fajardo, 2012:11).

En Vida en la América Colonial, un libro completamente dedicado a tratar el tema de la vida cotidiana en las trece colonias, se señala al respecto:

"Habían definidas diferencias regionales en las tres zonas. Cada una tenía diferentes ambientes naturales y agrícolas, con diferentes elementos económicos, religiosos y culturales… cada región sembraba diferentes tipos de cultivos, cazaba diferentes especies de animales para alimentarse, construía diferentes estilos de casas, tenía diferentes maneras de adorar a Dios, y resaltaba distintos sistemas de valores” (Kubesh, McNeil & Bellotto (2008).

Se podría admitir, por lo tanto, que indudablemente algunas colonias eran más homogeneizadas y otras eran más heterogéneas que otras; pero es difícil creer, como plantea el texto, que la vida cotidiana de una población que recibía 7,000 inmigrantes al año y conformó 1.6 millones de personas de todas las nacionalidades (Hazen, 2000:18), mantuvo posturas fijas y estáticas en su forma de vida, que sólo se cambiaron con la influencia de una salvadora ilustración francesa.

La inclinación al pragmatismo o al utilitarismo, a una cultura armada o una pacífica, a la diversión o a la austeridad, al legalismo impositivo o a la búsqueda de ideales democráticos, fueron cosas que a mi parecer no se desarrollaron unilateralmente y aisladamente, sino que tenían que ver tanto con distintas experiencias y vivencias geográficas, como con distintas tradiciones o convicciones, ideales o creencias de una multitud de idiosincrasias, de las cuales, unas resultaron más populares que otras.

Las percepciones de los roles familiares y sociales de las personas también creo que fueron moldeadas dependiendo del grupo étnico o la doctrina religiosa que se tratara en cuestión. En el caso de los cuáqueros, por ejemplo, las mujeres gozaban más libertad de la usual y podían llegar a ser ancianas de la iglesia (Kalman & Walker:6). Los inmigrantes alemanes y holandeses, que no habían conocido la ley común inglesa, permitían más control sobre las propiedades de mujeres y más libertad de su elección dentro del matrimonio (Berkin: 1997), y en el caso puritano, aunque la tradición era que las mujeres fueran sujetas y se comportaran con frugalidad estando imposibilitadas de participar en actividades eclesiásticas, Anne Hutchinson rompió drásticamente con el esquema al convertirse en una popular líder religiosa de lado del teólogo Roger Williams (Gridd & Mancal:60).

Por otro lado, la tajante pretensión de que en las trece colonias “no existía el concepto de adolescencia en absoluto”, y de que los niños, desde sus 7 u 8 años, debían trabajar tan duro como los demás adultos, es algo que ha sido puesto debatido y puesto en tela de juicio por académicos serios. Aunque es indudable que seguramente el concepto de esta etapa de transición entre la niñez y la adultez no era el mismo que en la actualidad, el historiador Ross W. Beales (1975), experto en la historia de Estados Unidos, desafió la dicha tesis en un valioso ensayo que ha llamado la atención de historiadores que ahora aceptan y defienden la actualizada posición (Hemphill, 1999:236; Monaghan, 2007:409, Bunge 2001:303). Vale la pena citar el comentario que Philip J. Greven hace al respecto:

“El ensayo resultante, uno de los artículos que ahora son más frecuentemente citados en la historiografía de la infancia, confrontó la hipótesis largamente sostenida de que "los colonos Americanos... consideraban a sus hijos como 'adultos miniatura' y no reconocían ninguna etapa de desarrollo como la adolescencia del siglo veinte." Desde Alice Morse Earle a Michael Zuckerman, Beal sostuvo, los historiadores habían ubicado, de manera casi universal, demasiado énfasis en rígidos retratos familiares y duros sermones puritanos, e ignorado la evidencia hogareña...      
Al final de su breve estudio sobre literatura y publicaciones sobre la niñez colonial, Beales concluyó que "las nociones de 'adultez miniatura' y ausencia de la adolescencia en la Nueva Inglaterra colonial, son, en el mejor de los casos, exageraciones."  La mayoría de los historiadores están de acuerdo. Ahora creemos, con Beales, que la juventud colonial sí experimentaba una " 'adolescencia' prolongada" o "juventud", durante la cual alcanzaban la mayoría de edad de una forma que era apropiada para su espacio y tiempo.”
(Greven, 2006:230. Véase Greven, 2006:107).

Respecto a la colaboración de la educación, la religión y la ciencia que se logró en las colonias – y en épocas posteriores –   ha de reconocerse que esto es algo que se dio gracias a que el mismo esquema científico e intelectual era presentado, usualmente, armonizado con la religión cristiana. A excepción de una pequeña minoría deísta que se mostraba hostil al papel del cristianismo, y otra minoría deísta que se mostraba tolerante, hubo personajes como Francis Bacon, Robert Boyle, e intelectuales prominentes de Europa que revaloraban y defendieron tanto el valor de fe cristiana, como el de la razón.

El mismo Isaac Newton, en efecto, enseñó a los colonos “que el universo es un lugar razonable gobernado por leyes naturales”, pero también publicó escritos teológicos en los que llegó a hacer un profundo estudio de profecías bíblicas, y defendía la fe en Dios, en términos como los siguientes:

“La gravedad explica los movimientos de los planetas, pero no puede explicar quién estableció a los planetas en movimiento. Dios gobierna todas las cosas y sabe todo lo que es y lo que puede ser hecho. Este bellísimo sistema del sol, los planetas y los cometas, solo podría proceder del consejo y el dominio de un Ser Inteligente. Y si las estrellas fijas son el centro de otros sistemas; éstos, formados por su sabio consejo, deben estar sujetos todos al dominio de Uno.” [Philosophiæ Naturalis Principia Mathematica, (1713); (cit. en Tiner 2006:30)]

Por otro lado, John Locke elevó el valor del empirismo y pregonó una doctrina que hiciera caso omiso de las “verdades establecidas”; y sin embargo, él mismo publicó una apología de la fe cristiana y la revelación divina, titulada “La racionalidad del cristianismo como se muestra en las Escrituras” (1695), donde escribía:

"Todas estas verdades, enseñadas por Dios, ya sea por la razón o por la revelación, nos son de gran utilidad para iluminar nuestras mentes, confirmar nuestra fe, avivar nuestros afectos y demás. Y cuanto más vemos de ellas, más vemos, admiramos y magnificamos la sabiduría, bondad y misericordia y amor de Dios, en la obra de nuestra redención... Todo lo que encontramos en la revelación del Nuevo Testamento, siendo declarado en la voluntad y en la mente de nuestro Señor y Maestro, el Mesías, a quien hemos abrazado como nuestro rey, estamos obligados a recibirlo como cierto y verdadero, o de otro modo, no seríamos sus súbditos." (Locke, 1695: A Second Vindication of the Reasonableness of Christianity: X)

Por principios como tales a los que se adherían dichas figuras, no es de sorprenderse que hayan sido bien recibidos en universidades como Harvard y Yale hayan sido fundadas por religiosos que querían promover el cristianismo (Valmyr,  2009:64). A pesar de esto, hay que preguntarse si realmente la mayoría estadounidense tenía acceso a una educación superior como esto, o bien, solo una minoría.
Esto nos adentra al último tema que se tratará en este ensayo, que es el de la religión más abierta o dispuesta a alcanzar mayor grupo de personas, expresada en el Primer Gran Despertar. Desde sus comienzos las colonias mayormente se impregnaron en una tradición protestante, y en Estados Unidos surgieron una cantidad de denominaciones tan diversas que, poniendo mayor o menor énfasis en ciertas y distintas doctrinas o teologías, demostraron una creciente expresión de la diversidad religiosa. El escritor y teórico político Edmund Burke, escribió que “todo protestantismo, incluso el más frío y pasivo, es una forma de disidencia; pero la religión más predominante en nuestras colonias del norte es una refinación en el principio de la resistencia, es una disidencia de la disidencia, y el protestantismo de la religión protestante.” 

Como bien se menciona en el texto, figuras clave para el movimiento fueron Jonathan Edwards y George Whitefield, y el movimiento pietista surgió como un llamado a enfocarse más en la piedad del creyente, que en los debates teológicos. No obstante, creo que sería muy importante aclarar que la doctrina de John Wesley y Whitefield diferían en uno de los aspectos más controversiales de la teología, y su esencia contradictoria no les permite entenderse como una misma: mientras Whitefield y Edwards defendían la predestinación, John Wesley, era uno de los principales detractores de esa doctrina, y en su lugar abogaba por el arminianismo, doctrina cristiana, asociada con el holandés Jacob Arminio, que rechazando el calvinismo y exhaltaba el papel del libre albedrío en cuestiones de salvación. Esta división, de hecho, causó en Connecticut una gran ocurrencia de sismas en los que los arminianistas del Gran Despertar se separaron de iglesias calvinistas (Bonomi: 1986:162–68). Este tema, desde aquellos tiempos, ha separado a gran cantidad de denominaciones contemporáneas en Estados Unidos y en el mundo; muchas de las cuales, habría que reconocer, por elección no optan por creer en el calvinismo que nos dice que hemos sido  condenados desde el principio o que ya tenemos un destino manifiesto; sino, más bien, por un arminianismo que expresa que Dios nos dio la libertad de elegir, tanto a americanos, como a no-americanos; libertad de elegir el buen destino que la voluntad de Dios quiere para todos.
Bibliografía

  • Beales, Ross W. Jr. In Search of the Historical Child: Miniature Adulthood and Youth in Colonial New England. American Quarterly. 27 (1975): 379-98. The Johns Hopkins University Press.
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  • Burgen, Marcia JoAnn (2001). The Child In Christian Thought. Wm. B. Eerdmans Publishing. ISBN 9780802846938
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  • Kalman, Bobbie; Walker, Niki (2002). Colonial Women. Colonial People. Crabtree Publishing Company. ISBN 9780778707493
  • Kennedy, David; Cohen, Lizabeth; Bailey, Thomas. 2008. The American Pageant: Volume I: To 1877. 14° ed. Cengage Learning. ISBN 9780547166599
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  • Tiner, John Hudson (2006). Exploring the World of Physics. New Leaf Publishing Group. ISBN 9780890514665
  • Valmyr, William  (2009). Christianity and Culture.  Xulon Press. ISBN 9781607919414
  • Washburne, Carolyn Kott (1993). A Multicultural Portrait of Colonial Life. Marshall Cavendish. ISBN 9781854356574

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